Esta semana estoy obsesionada con Madge Gill. Con ella, con su historia, con su arte. Como la astenia primaveral no me permite escribir nada por mí misma, voy a copiar y pegar algunos datos sobre ella de Diálogos de libro.

– Madge Gill nació en el East End londinense en 1882. Del padre y su apellido, ni rastro. La niña se crió con el estigma de la “ilegitimidad” tatuado en la frente y pronto conoció su significado: pagó con la invisibilidad los “descarríos sexuales” de su madre. Antes de entregarla al orfanato su familia escondió su existencia durante nueve años. Se deshicieron definitivamente de la vergüenza.

– Cinco años después, el orfanato, en un acto de supuesta filantropía, la envió a Canadá junto a varios niños beneficiarios de un programa social especial. La idea era ofrecerles una oportunidad de reinserción; la realidad: mano de obra infantil, barata y maleable. Así que la criatura vivió la adolescencia en Ontario trabajando en granjas, como empleada doméstica y niñera. Sufrió malos tratos y discriminación. Aguantó. Volvió a Londres. Encontró trabajo en un hospital. Mientras ejercía de enfermera, su tía Kate la inició en el espiritismo y la astrología. Tenía 19 años. Era 1907 cuando se casó con su primo Tom Gill.
– Tuvo tres hijos varones, el segundo murió de gripe de 1918; un año más tarde dio a luz a una niña muerta y desfigurada; al rato, Madge enfermó, estuvo a punto de morir. Finalmente perdió el ojo izquierdo. Para digerir toda esa mierda no existe manual. O quizá sí. Uno que al resto se nos escapa.
– Entonces apareció Myrninerest, my inner rest: (mi) su paz interior, su guía espiritual, su alter ego artístico. Gill descubrió el dibujo durante los intentos de contactar con sus hijos muertos. Era Myrninerest quien la guiaba a través del espacio ultraterrenal. Utilizaba cartulinas y rollos de lienzo barato, sin tratar. Sobre ellos pintaba con tinta china rostros femeninos de ojos inmensos y sombrero que destacan sobre un entramado de grafismos complejos. Al tiempo, cosía colchas y bellísimos vestidos de motivos extraños y patrones geométricos. Dibujaba, escribía, hacía punto, ganchillo, tejía, bordaba… En su obra no hay referencias estéticas ni influencias academicistas
– Durante cuarenta años, Madge Gill mantuvo el clásico perfil de artista outsider: una carrera fértil, extravagante, obstinada, prácticamente sin audiencia. Exhibió algunos trabajos en exposiciones de arte amateur en Londres. Sin embargo nunca vendió sus creaciones, insistiendo en que pertenecían a su guía espiritual. La primera vez fue en 1932 en la Whitechapel Gallery donde se expuso Reincarnation, una inmensidad de tintas de color sobre un lienzo de 11 metros de largo.
